SAN SEBASTIAN DE MARIQUITA
Biografía

GONZALO JIMÉNEZ DE QUESADA

Fundador de Bogotá e ilustre vecino de Mariquita

Gonzalo Jiménez de Quesada, también escrito como Ximénez de Quesada (Granada o Córdoba, España, 1509 - Mariquita, Provincia de Mariquita, Nuevo Reino de Granada, 16 de febrero de 1579), fue un abogado, adelantado y conquistador español con el rango de Teniente General que conquistó el territorio al que llamó Nuevo Reino de Granada, en la actual República de Colombia.

Fundó, entre otras, la ciudad de Santafé de Bogotá, actual capital de Colombia, el 6 de agosto de 1538. Gobernó Cartagena entre 1556 y 1557, y su última expedición la realizó entre 1569 y 1572 en busca de El Dorado, la cual culminó en forma desastrosa.

Fue hijo del licenciado Gonzalo Ximénez y de su mujer Isabel de Quesada, y nació en Córdoba, igual que sus padres, como escribió en el Epítome: “Su naturaleza y la de sus pasados es la ciudad de Córdoba”.

El hecho de que bautizara el territorio que descubrió como Nuevo Reino de Granada indujo a la presunción de un nacimiento granadino, que es muy improbable, ya que el propio conquistador explicó que le puso tal nombre “así por vivir él, cuando vivía en España, de este otro Reino de Granada, y también porque se parecen mucho el uno al otro”. Si la razón hubiera sido su nacimiento en Granada, lo habría dicho directamente.

El cronista Simón afirma que nació en el barrio cordobés de la Fuensanta, donde se crió. En cuanto al año en que vino al mundo debió ser hacia 1506, pues declaró tener sesenta años en una probanza que hizo en 1566; sin embargo, representaba más edad, a causa de su enfermedad y de sus muchos trajines.

La infancia de Jiménez se vio truncada por un traslado familiar de Córdoba a Granada, ya que Gonzalo Ximénez decidió ejercer su profesión de abogado en la última ciudad, para mejorar de fortuna, después de haber dado un mal paso, como fue salir fiador de su yerno Jerónimo Soria, a quien un socio industrial llevó a la ruina por haber utilizado tintes de mala calidad en la elaboración de tejidos. Este socio fue Juan Gómez de Castillejo, demandado por el Cabildo de Córdoba, junto con Soria. Perdieron el pleito y Gonzalo de Ximénez su fianza. Granada parecía una ciudad con mayor pujanza, tras su incorporación a Castilla en 1492, y don Gonzalo tenía muchos hijos: Gonzalo, el primogénito; Hernando (que estuvo luego en el Nuevo Reino de Granada); Francisco (que estuvo en la conquista del Perú), Melchor, Andrea y Magdalena. En cuanto a los abuelos de este conquistador estuvieron relacionados con el ramo textil cordobés. Su abuelo paterno Fernán González era linero o fabricante de lino y el materno era Gonzalo Chillón, tintorero. El historiador Friede ha tratado de demostrar con argumentos muy poco convincentes que la familia era judía, pero el licenciado Gutierrez Velásquez señaló que aún en el caso de que Jiménez descendiera de reconciliados “no consta defecto alguno en su ascendencia que, según las leyes, le estorbe obtener cualquier empleo de justicia. Es hijo de un gran letrado, abogado de la Audiencia de Granada, que siempre ha andado en cargos y oficios de V.M. en Castilla”.

Jiménez de Quesada fue a estudiar Leyes a Salamanca, licenciándose en Leyes, como su padre. Tuvo una buena formación humanística, como lo demuestran sus numerosas obras. Fernández de Oviedo le trató en varias ocasiones y dijo de él que “nos comunicamos; y la verdad es hombre honrado y de gentil entendimiento y bien hábil”. Fray Pedro Simón lo describió como un “hombre de buena estatura, buen rostro, grave, cortesano con todos y bien acomplexionado”.

No consta que recibiera ninguna formación militar, pero posiblemente estuvo en Italia, ya que en el Antijovio revela un buen conocimiento de las operaciones españolas realizadas en dicho territorio hacia 1522, empleando frecuentemente las palabras “lo vimos”.

Características personales del licenciado fueron su orgullo, su cultura, su don de gentes, su ambición, y su lealtad con los compañeros. Cifró su meta en obtener un título de nobleza de marqués, semejante a los otorgados a Cortés y Pizarro. Vestía con verdadero lujo y jugaba en exceso, por lo que se le acusó en el juicio de residencia de tener “tabla de juego de naipes públicamente, y él mismo jugaba en mucha y poca cantidad de oro”, aunque su abogado Francisco Velásquez aseguró que sólo jugaba en su casa, con “personas de calidad y por esparcimiento”. Otro problema peculiar fue su misoginia. Su única relación personal con una mujer figura en un testimonio no comprobado del cartagenero Méndez Cabrón, que le acusó de tener relaciones con una dama casada, cuyo nombre y pormenores se desconocen. No se casó, no tuvo amantes españolas, ni indias, y no tuvo hijos. La Corona le instó a casarse para no tener que privarle de sus encomiendas, como estaba ordenado, pero Jiménez se resistió hasta el último momento. Finalmente presentó una probanza el 30 de julio de 1566 en que declaró estar imposibilitado de casarse “porque ha mas de veinte años que estoy enfermo de asma, enfermedad tan contraria a la copula, cuanto se sabe y es notorio, y hacer ahora vida maridable con mujer, era un abrirme notoriamente la sepultura”. Su declaración la avalaron un médico de Tunja llamado Pedro García Ruiz y el arzobispo fray Juan de los Barrios.

Desde luego Quesada era asmático desde hacía veinte años, pero esto lo declaraba cuando contaba sesenta y no le eximía de haberse podido casar anteriormente, cuando tenía entre veinte y cuarenta años. Es por esto que la sombra de misoginia le acompañó siempre, pues fue quizá el único conquistador “solterón” que no tuvo relación con mujeres. Finalmente, otra de sus características fue su obsesión por los mitos: el de El Dorado le obsesionó hasta la muerte.

La biografía de Jiménez tiene unos años oscuros entre 1526 y 1535, período posterior al de su formación como letrado y anterior al de su enrolamiento en la expedición de Santa Marta. Nunca habló sobre ellos, pero cuando partió hacia Santa Marta iba ya prácticamente designado para dirigir la expedición al Magdalena, y para la cual se necesitaba alguna formación militar. Posiblemente la adquirió en Italia, como se ha apuntado (¿estaría en el Saco de Roma de 1527?).

Desde luego Pedro Fernández de Lugo, que capituló en 1535 dicha gobernación vacante, con objeto de descubrir las cabeceras del río Magdalena, donde imaginaba que habría escondido otro Perú, contó siempre con Jiménez de Quesada como la persona que dirigiría la expedición. De aquí que le nombrara su teniente de gobernador el 10 de noviembre de 1535 y que luego lo pusiera al frente de la expedición al Magdalena.

Los preparativos para le gobernación samaria fueron confiados por Fernández de Lugo a su hijo Alonso Luis de Lugo, con instrucciones muy precisas.

Don Alonso zarpó de la Península a fines de 1535 con mil hombres embarcados en tres naves; el galeón San Cristóbal, la nao Santa María y la nao Sancti Spiritus.

Tocaron Tenerife y llegaron a Santa Marta el 2 de enero de 1536. Apenas desembarcado, Jiménez de Quesada recibió el nombramiento y las Instrucciones para su comisión. ¿Qué debía buscar? Lo dice él mismo en su Epítome: “Una provincia poderosa y rica que se llama Meta que, por la derrota que los indios mostraban, venía a ser hacia el nacimiento del Río Grande”. Era el mismo mito de El Dorado, que recibió diversos nombres, y que suponía la existencia de un lugar donde abundaba el oro. El mito lo buscaban los cartageneros por Antioquia, los venezolanos por el río Meta, arriba del Orinoco, los de Coro por la alta Amazonía y los quiteños al norte de Popayán.

Jiménez partió de Santa Marta con su hueste el 5 de abril de 1536. Llevaba seiscientos infantes y setenta caballeros. Se dirigió a Sompallón, un puerto sobre el Magdalena, donde debía reunirse con una flotilla de apoyo formada por tres bergantines y una fusta. Al llegar a Sompallón no encontró la flotilla por lo que siguió hasta San Pablo, donde le alcanzaron otros barcos enviados por Lugo como refuerzo. El licenciado continuó luego por el Magdalena hasta la actual Barrancabermeja, lugar que los indios llamaban La Tora.

Allí comprobó que el río estaba totalmente desbordado a causa de las lluvias y ordenó invernar en los bergantines. Mandó asimismo realizar diversas exploraciones (unos bergantines a veinte leguas río arriba y unas canoas al cercano río Opón). Al ascenderse por este último se encontraron unos panes de sal de mina (gema), distinta de la que habían encontrado hasta entonces, que era sal marina. Los indios dijeron que venía de un reino poderoso del sur y Quesada ordenó seguir su rastro. Los españoles se internaron entonces en una sierra próxima al Opón, donde aparecieron algunas poblaciones más numerosas. Jiménez de Quesada dispuso entonces el cambio de objetivo. Regresó al río Magdalena y desembarcó todos sus efectivos, enviando los bergantines de regreso a Santa Marta, con los enfermos. Volvió por el camino ya descubierto y se internó luego en el territorio Chibcha. El 9 de marzo de 1537 llegó a la primera población de esta nación indígena a la que bautizaron como La Grita por las voces que daban los indios. Aquí recogieron un botín de 1.173 pesos de oro fino y 73 de oro bajo. Era un signo de la riqueza del territorio. Realmente los Chibchas no tenían oro, pero sus habitantes se lo procuraban (especialmente de las tribus de Antioquia, en la otra banda del río Magdalena, donde abundaba) a cambio de la sal. Fabricaban panes de sal (gema) en sus minas de Zipaquirá y lo intercambiaban por lo que necesitaban (algodón, frutas, etc.). Vivían practicando una agricultura intensiva (incluso con terrazas) en una tierra muy productiva de clima frío, correspondiente a los altiplanos cundinamarqués y boyacense y se estaban integrando en una especie de reino de tipo “clásico”, en el que sobresalían dos grandes confederaciones tribales, la de Bacatá o Bogotá, dirigida por el Zipa, y la de Hunzá o Tunja, mandada por el Zaque, aparte de otras. En su territorio estaba la famosa laguna de Guatavita, cuyo cacique había originado uno de los mitos más importantes y atractivos de El Dorado; una ceremonia anual de desagravio al dios de dicha laguna, surcando sus aguas en una balsa, con el cuerpo cubierto de oro, para sumergirse luego en la misma. Sus aguas guardaban el espíritu de la mujer y la hija de un antiguo cacique al que le obcecaron los celos.

Quesada avanzó desde la Grita por el país Chibcha.

Pasó por Gachetá, donde se llevó la sorpresa de encontrar minas de esmeraldas, Lenguazaque, Cucunubá, Suesca y Zipaquirá (aquí estaban las minas de sal), Cajicá y Chía. Descansó durante la Semana Santa y prosiguió a Suba, descubriendo un hermoso valle lleno de bohíos dotados de unos cercados, que parecían alcázares desde lejos. Lo llamó el valle de los Alcázares.

Cerca de Bogotá se enfrentaron los guerreros del Zipa que fueron derrotados. Los españoles ocuparon dicho lugar el 21 de abril de 1537. Unas exploraciones de los capitanes Céspedes y San Martín demostraron que no había nada de interés hacia el sur y el poniente, por lo que la hueste siguió hacia el norte (por el levante se alzaba la cordillera andina). El licenciado pasó así a la confederación de Hunzá, y avanzó por Chocontá y Turmequé, donde asentó el real. Desde allí mandó a Valenzuela a las minas de esmeraldas de Somondoco.

Se encontró también un portillo que bajaba de la cordillera a los llanos y que exploró San Martín pensando que era la salida al Meta, pero volvió desilusionado por la pobreza que halló. Jiménez de Quesada se convenció de que el único Dorado era la sal y las esmeraldas descubiertas, y en abril de 1537 emprendió la conquista del territorio Chibcha. Fue su gran acierto. Se dirigió directamente a Hunzá o Tunja, donde residía el Zaque Quemuenchatocha. Allí se hizo un saqueo general que permitió reunir 136.000 pesos de oro fino, 12.000 de oro bajo y doscientas ochenta esmeraldas. Siguió luego a Sogamoso, donde estaba el templo del sol, pero antes tuvo que enfrentarse con el cacique de Duitama, al que venció fácilmente. El botín fue de 40.000 pesos de oro fino, 12.000 de oro bajo y ciento dieciocho esmeraldas. Volvió entonces a Bogotá para apresar al Zipa Tisquesusa, pero éste se había escondido en la montaña y murió sin que nadie lo supiera a manos de una patrulla española durante la noche. La conquista concluyó con otra entrada en Duitama, de la que derivó la batalla de Paipa, la más importante. Su cacique huyó a las lagunas. Hacia el 28 de noviembre de 1537 había terminado la conquista y Jiménez bautizó el territorio como el Nuevo Reino de Granada, por recordarle el de España, como indicamos. Durante los meses siguientes se realizaron varias expediciones a los llanos y al Magdalena, buscando inútilmente las minas de oro. Finalmente en 1538 se dispuso a asentar una ciudad antes de partir hacia la costa en demanda de su premio. Repartió el botín, cuyo quinto real fue de 38.259 pesos de oro fino y 7.257 de oro bajo (de 9 a 15 quilates) y 3.690 pesos de chal afonía, así como trescientas sesenta y tres esmeraldas. Quiso redondear esto con el hallazgo del supuesto tesoro del Zipa, y mandó apresar a Sagipa, sucesor de Tisquesusa. Se le aplicó tormento para que revelara el escondite, pero no pudo decirlo, ya que seguramente no existía. Sagipa murió a causa de las torturas, y esta acción fue la de mayor crueldad cometida por Jiménez de Quesada, quien al parecer no presenció el sufrimiento del Zipa.

A principios de marzo de 1539 preparó su salida a la costa, pero recibió un mensaje enviado por el capitán Lázaro Fonte, que estaba desterrado en Pasca por haber robado una esmeralda, informándole de que, según decían los indios, estaban llegando unos españoles con perros por el oeste de la sabana. Jiménez envió una patrulla para averiguar quiénes eran. Antes de saberlo le comunicaron que otra hueste con caballos y puercos venía por el río Magdalena. Dedujo que los últimos eran peruleros, pero no pudo imaginar quiénes serían los primeros. Resultó ser la hueste de Nicolás de Federmann, que había partido de Coro a fines de 1537 tras el mismo mito del Meta que había arrastrado anteriormente al gobernador de dicha provincia Jorge Spira hasta la cuenca amazónica. Los informes indígenas sobre el oro les habían sacado de los llanos y les había hecho subir a la cordillera por el páramo de Sumapaz, de donde pasaron a Fosca y Pasca. Jiménez decidió negociar con Federmann antes de que llegaran los peruleros (17 de marzo). Le dio 4.000 pesos de oro y otros 4.000 de esmeraldas y aceptó que sus soldados se quedaran en el reino como conquistadores del mismo. Los dos capitanes irían a España para solucionar sus diferencias. Jiménez realizó luego unas negociaciones similares con Benalcázar, pero sólo la mitad de sus hombres aceptaron quedarse, pues el resto prefirió volver a Popayán. Las negociaciones fueron fáciles porque ninguno de los tres era gobernador, sino tenientes de gobernador de Fernández de Lugo, Spira y Pizarro.

Mientras se construyeron los bergantines para bajar por el Magdalena a la costa, Quesada emprendió una febril actividad. Transfirió a su hermano los cargos que tenía, repartió encomiendas y fundó oficialmente Santafé de Bogotá (el 6 de agosto de 1538 en Teusaquillo). Los bergantines se alistaron en Guataquí.

Quesada pidió a su hermano que le remitiera allí 13.000 pesos de las cajas reales, lo que traería muchas consecuencias. Luego embarcó con Federmann y Benalcázar para Cartagena y España.

Jiménez de Quesada estuvo fuera de América casi doce años: desde julio de 1539 hasta febrero de 1551.

Durante ellos tuvo que enfrentarse a pleitos e incluso la cárcel. Fueron años muy duros para los conquistadores, pues los frailes y juristas cuestionaron todo lo que habían hecho en América a causa del desastre de las encomiendas.

Conviene recordar que en 1541 el padre Las Casas redactó la Brevísima y que en 1542 se dieron las Leyes Nuevas, prohibiendo la sucesión en las encomiendas, que prologaron las guerras civiles del Perú. Jiménez abandonó España a mediados de 1541 y se estableció en Portugal o Francia, donde vivió hasta el segundo semestre de 1545 a costa de las esmeraldas que llevaba y con gran refinamiento, además. Fue demandado por Jerónimo Lebrón, gobernador interino de Santa Marta, y el Consejo de Indias escuchó una demanda contra su persona impuesta por un gobernador. El fiscal del Consejo le conminó el 17 de febrero de 1542 a presentarse en dos días, cosa que no hizo, dándose orden de captura contra su persona. En 1545 volvió enfermo a España. El Consejo revisó su causa el 5 de febrero de 1547, absolviéndole de todos los cargos excepto los dos de haber pedido dinero a sus soldados antes de abandonar el reino y haber dado muerte a Sagipa. El Consejo le condenó a pagar 100 ducados y le suspendió de oficio por un año por el primer cargo, y otros 100 y suspensión de oficio por siete años por el segundo. Apeló y se consiguió que los 100 ducados se bajaran a 50.

El 25 de mayo de 1547 se le nombró mariscal del Nuevo Reino de Granada, se le otorgó escudo de armas, se le nombró regidor más antiguo de Santafé y se le prometió el título de adelantado, cuando lo dejase vacante su titular Alonso Luis de Lugo. En 1548 se le autorizó a introducir cincuenta esclavos en el reino y se le dio una renta vitalicia de 2.000 ducados sobre los indios de la Corona. En 1549 la Reina le perdonó dos años de la sentencia de suspensión de oficio que pesaba sobre él, lo que le permitió ejercer desde 1551. La Corona iba a nombrar una audiencia gobernadora y Jiménez creyó que sería nombrado oidor de la misma, pero no fue así. Se escogió a López de Galarza, Beltrán de Góngora, Briceño y Gutiérrez de Mercado.

A fines de 1550 Jiménez regresó al Nuevo Reino de Granada. Desde entonces hasta su capitulación para El Dorado de 1569, pasó dieciocho años esperando inútilmente ser llamado para algún cargo importante.

Entre tanto, desempeñó el de regidor del Cabildo santafereño, vivió con su pensión de 2.000 ducados anuales y escribió mucho en Suesca, un pueblecito cundinamarqués, en el que se encerraba para escribir historia. Su cargo de mariscal apenas le perturbó, aunque le obligó dos veces a prepararse para combatir a los tiranos Oyón y Aguirre, pero las cosas se resolvieron sin que tuviera que salir a campaña. Otro trabajo que tuvo que hacer fue el de juez de residencia contra el doctor Juan Maldonado, en Cartagena. Le puso doscientos trece cargos que no sirvieron de nada, pues Maldonado fue nombrado oidor de Santafé. Jiménez abandonó entonces el juicio de residencia y regresó a Santafé. Esto último le pasó factura más adelante. En abril de 1558, cuando le abrieron un juicio de residencia, se le hicieron dos cargos, uno de los cuales fue precisamente haber abandonado el juicio de residencia de Maldonado. Alegó problemas de su enfermedad.

El otro cargo fue por haber tenido tabla de juego de naipes en la ciudad, e incluso por haber jugado en la misma. Se defendió diciendo que siempre se permitieron los juegos de naipes en una ciudad fronteriza. Sólo se le pusieron 70 pesos de multa. Cargo interesante, pero no probado, fue el que le acusaba de que en Cartagena vivió con una mujer casada. Quesada testimonió posteriormente en Santafé contra Montaño y Briceño, y siguió pidiendo aumento de sus rentas.

Hacia 1560 volvió a cambiar la política española sobre las conquistas, como consecuencia de la presión de otras potencias extranjeras y la Corona autorizó algunas (Avilés, Ponce, Serpa, Silva, Zárate, etc.) para que interpusieran obstáculos a las penetraciones foráneas.

Jiménez de Quesada aprovechó la ocasión y presentó ante la Audiencia del Nuevo Reino de Granada una capitulación de conquista para “la jornada que llaman de El Dorado, que es en los llanos, pasada la Cordillera de las sierras de este Reino hacia levante”, comprometiéndose a realizarla con 50.000 pesos. Había enloquecido del todo a sus cincuenta y cuatro años, olvidando que su indigencia no le permitía ni siquiera devolver los 13.000 pesos que debía a la Real Hacienda y que se le pedían continuamente. Su Dorado lo fijó en unas quinientas leguas cuadradas entre los ríos Pauto y Papamene, por donde lo habían buscado Federmann, Spira, y Hernán Pérez de Quesada. Pidió tres vidas, pensado en sus sobrinos, el título de marqués, cien leguas cuadradas a perpetuidad con jurisdicción civil y criminal, el alguacilazgo mayor, permisos de pesca de perlas, etc. La capitulación le costó batallar nueve largos años con la Corona y con la Audiencia, pero la consiguió al fin el 28 de julio de 1569. Entre tanto logró las encomiendas de Babañique, Chía y otras, y el título de adelantado (1565), por fallecimiento de Alonso Luis de Lugo. El año anterior había llegado a Santafé Andrés Díaz Venero de Leiva, como presidente de su Audiencia, lo que fue otro duro golpe para Quesada, ya que se creía la persona idónea para dicho cargo. En 1567 recibió la orden de ingresar los 13.000 pesos que debía, pero no pudo pagarlos.

El punto de reunión para la salida a la nueva jornada de El Dorado fue San Juan de los Llanos, a donde llegaron trescientos soldados, muchos de ellos antiguos conquistadores pero con treinta años más, mil quinientos indios, numerosas mujeres y muchos negros esclavos, además de mil cien caballos, seiscientas vacas, ochocientos puercos, etc. Era una conquista y una colonización simultáneas. La expedición partió en 1570.

Jiménez tenía sesenta y cuatro años. Se dirigió al Ariari y luego al fondo de los llanos, en lo que hoy es el departamento del Meta. Encontró numerosos pueblos indígenas (achaguas, piapocos, salivas, guahivos, etc.) seminómadas, que cazaban y se alimentaban de cazabe hecho con yuca brava. Los insectos les acosaban y las lluvias inundaban todo durante meses. Se produjeron algunas deserciones e incluso un motín para matar al adelantado. Jiménez dio permiso para que algunos volvieran al reino con el capitán Maldonado, seis mujeres y dos curas. Le quedaron sólo cien hombres con los que llegó hasta el mismo fin del llano. Sólo supervivieron veinticinco de ellos, que le pidieron regresar, cosa que hizo. A mediados de 1572 salió de aquel infierno con los restos de la tropa doradista: sesenta y cuatro españoles, cuatro indios y dieciocho caballos.

Pese a todo, Jiménez de Quesada seguía pensando que El Dorado existía y que su fracaso se debía a que no había sabido encontrar la ruta adecuada para llegar al mismo. Tal era su obcecación.

Vinieron entonces las desgracias encadenadas. Primero fue el embargo de sus bienes, decretado por los oficiales reales, para cobrarse los 13.000 pesos que debía a la Real Hacienda por haber vencido el plazo de tres años que solicitó para pagarlos. El adelantado recibió la noticia con auténtico estoicismo. Es más, sin darse por enterado del embargo envió a su sobrino Jerónimo Mendoza de Quesada para que fuera a Bogotá y le trajera a San Juan de los Llanos 1.000 pesos a cuenta de sus encomiendas que necesitaba para preparar su nueva entrada a El Dorado por la ruta de Chita. Naturalmente el sobrino no obtuvo ni un peso y Jiménez tuvo que ir personalmente a Santafé, para afrontar el problema. El 21 de enero de 1573 presentó a la Audiencia una solicitud de ayuda por ser indigente. Es un documento patético en el cual tras señalar que era adelantado del reino, que descubrió y pobló, no tenía más rentas, ni “bienes ningunos de los susodichos”, por lo que suplicó a la Audiencia “me mande ayudar por pobre”. El asunto se arregló con la determinación de la Audiencia de cobrarle 1.000 pesos anuales por la deuda y dejarle el resto para que pudiera vivir. Quesada siguió luchando, sin embargo, y argumentó que los 13.000 pesos que se le prestaron eran de quince quilates y que los que le cobraban ahora eran de veintidós quilates, lo que le impedía preparar su nueva jornada a El Dorado.

Se le acentuó la enfermedad de asma y decidió abandonar Suesca, que era fría y muy húmeda, y bajar a Mariquita, donde se instaló en una gran casa, dispuesto a escribir. No pudo hacerlo de inmediato pues le llegó una orden del presidente Briceño para que pacificara a los guailíes, que se habían rebelado. Quesada cumplió lo que se le mandaba. Recibió tropas de todas las ciudades del reino y salió al frente de ellas en septiembre de 1574. El mariscal marchó hasta un lugar cercano a Santa Águeda, donde estableció el real. Desde allí mandó diversas entradas contra los guailíes hasta que logró pacificarlos. Al terminar con el conflicto, pasó a Santafé, donde reanudó su eterno pleito. Era el año 1576 y aprovechó para presentar una probanza de servicios, en la que anotó su descubrimiento y conquista del reino, su entrada en El Dorado y la pacificación de los guailíes. La terminó pidiendo aumento de sus rentas, como era de esperar. Tenía setenta años.

En 1577 se encerró en Mariquita. Quería ir a El Dorado pero no tenía fuerzas para ello. Encargó este cometido al capitán Alonso de Olalla, a quien se comprometió a nombrar teniente de gobernador. Siguió con sus preparativos doradistas hasta el 16 de febrero de 1579, cuando murió de improviso a los setenta y tres años. La noticia del fallecimiento produjo consternación general en todo el reino. Se le enterró en Mariquita, pero en 1597 se trasladaron sus restos mortales a Santafé y se colocaron en la catedral, en el lado de la Epístola.

No está clara la causa de muerte de Gonzalo Jiménez de Quesada. Se ha afirmado que murió de lepra en la villa de San Sebastián de Mariquita, el 16 de febrero de 1579; pero en los documentos de la época, él menciona frecuentemente padecer de asma, al punto de no poder vivir en Santafé de Bogotá, y tenerse que retirar a tierra caliente.​ Sus restos fueron trasladados a la capital en julio de 1579, por disposición del Presidente de la Real Audiencia, don Antonio González Manrique.

Jiménez escribió cuatro obras y unos sermones, inició otras dos y tuvo intención de hacer dos más. Empezó a escribir al regresar a España la primera vez, pero sobre todo en Suesca. De toda su producción sólo se conocen dos obras, que son el Epitome de la conquista del Nuevo Reino de Granada y El Antijovio. La primera es una síntesis de la conquista que hizo y la escribió hacia 1549-1550. Su original está en el Archivo Histórico Nacional y una transcripción del mismo está en la Revista Ximénez de Quesada (Bogotá), n.º 16 (1971).

La segunda es una especie de verdadera historia militar española en Italia escrita para refutar el libro de Pablo Jovio contra las tropas imperiales. Esta obra de Jovio se publicó hacia 1562-1563 y debió de llegar a las manos de Jiménez apenas salida de la imprenta, por lo que, indignado, emprendió en Suesca su libro, que concluyó en 1567, según dice en el mismo texto. Consta de más de quinientos folios y fue publicado por primera vez en Bogotá por el Instituto Caro y Cuervo en 1952.

El Gran Cuaderno (perdido) trataba de la conquista del Nuevo Reino de Granada y lo tuvo Fernández de Oviedo en sus manos, y Los ratos de Suesca (igualmente perdido) lo escribió hacia 1566-1567 y tuvo licencia de impresión en 1568, pero no se publicó nunca. Simón dijo que eran tres libros sobre las conquistas del Nuevo Reino. Este mismo cronista afirma que Jiménez escribió unos Sermones para las festividades de la Virgen, que se predicaban en los sábados de cuaresma en la misa que se hacia en la Capellanía de los conquistadores.

Obras iniciadas, pero no concluidas (también perdidas), fueron Los Anales y Diferencia de la guerra de los mundos. La primera eran unos anales de los acontecimientos ocurridos en la época de Carlos I, según dice en Los ratos de Suesca. La segunda trataba los modos diferentes de hacer la guerra en Europa y en América.

Lo estuvo escribiendo en Suesca.

Finalmente en el Antijovio afirma que proyectaba escribir otras dos obras que eran Del príncipe y de la guerra y La Historia de las Indias. En la primera iba a tratar el tema de si el príncipe debía o no participar en las guerras, a través de los pareceres contrapuestos de Trajano y Adriano. La segunda debía ser una historia general de América en el siglo xvi y podría tener relación con el Gran Cuaderno.

Jiménez de Quesada dejó sus libros al convento de Santo Domingo de la capital.


Artículo publicado en La Real Academia de la Historia
https://dbe.rah.es/biografias/13303/gonzalo-jimenez-de-quesada
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2023-03-18 12:00:07
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